Sinopsis

El paisaje no es una realidad inerte que podamos preservar, es la imagen de nuestra relación con el territorio. En consecuencia, hacemos paisaje modificando nuestros hábitos socioeconómicos y nuestras expectativas culturales. Al mismo tiempo, nos reconocemos a nosotros mismos en ese escenario socioeconómico. En la actualidad, la estructura económica y la superestructura cultural se solapan: por una parte, el motor de la economía es el ocio y el consumo ‘suntuario’ de experiencias e imagen prêt-à-porter; por otra, el reconocimiento cultural está ligado a la capacidad adquisitiva. El espíritu se mercantiliza y la producción se estetiza. Nunca como en el marco de la sociedad de consumo, la cultura, entendida como la capacidad para determinar los propios gustos y necesidades, había jugado un papel político tan evidente.

Vivimos una situación de crisis (sistémica) que ha puesto en evidencia los límites de los recursos energéticos y financieros para seguir manteniendo la dinámica de producción y consumo. Y, sin embargo, en el marco de una economía que no se entiende a sí misma más que como ‘ciencia del crecimiento’, no concebimos más solución que la huida hacia delante. El progreso, como cualquier dogma decadente, tienden a enrocarse: los economistas son incapaces de pensar el decrecimiento, los políticos son incapaces de pensar a largo plazo, los ciudadanos no quieren ni pensar en perder capacidad adquisitiva… Los medios se han convertido en fines y la inercia empuja el ‘fin de la Historia’ hacia la historia del fin. En este contexto, la crisis del estado del bienestar ya no tiene que ver con la caída en desgracia de los modelos socialdemócratas: hace referencia a la incapacidad del estado para controlar los estragos de los adoradores de la buena vida y a la carencia de un imaginario de la vida buena que nos sirva de indicador para valorar la orientación del progreso. Quizá el arte no pueda volver a proponer modelos (pre)definidos pero, sin duda, puede incidir en la economía de los aprecios y las apreciaciones.

¿Puede el arte coadyuvar a crear un ecosistema cultural en el que determinados hábitos insostenibles tiendan a extinguirse mientras que otros se reproduzcan con facilidad por considerarse propios de una vida realmente buena?, ¿puede el arte imaginar modelos de bienestar que generen necesidades de cumplimiento incompatible con un sistema que parece incompatible con el planeta?

12.3.09

Prenda x prenda


Tras dos días de sesiones académicas, la sala volvió a cobrar un aspecto más informal con la instalación del 'mercadillo del trueque' que, de nuevo, pretende que el espectador abandone la tradicional actitud meramente contemplativa e interaccione con los dispositivos de la exposición.

A ‘Prenda x prenda’ se puede llevar la ropa que ya no se utilice y canjearla, sin la mediación del dinero, por unos tickets que, a su vez, nos permiten adquirir otras prendas.
Nuestra hipótesis de trabajo es que el paisaje es muy sensible a nuestros hábitos, y que estos son difícilmente sostenibles. Entre otras cosas, por nuestro alto nivel de consumo. Hemos identificado el bienestar con el bien.tener y nos reconocemos, nos hacemos reconocer y nos realizamos personalmente a través del poder adquisitivo. La dictadura de la imagen no nos invita a crecer sino a renovarnos, dentro de una dinámica de 'obsolescencia programada' que determina que las cosas con las que nos identificamos nos resulten psicológicamente inútiles en un breve plazo a pesar de que sigan estando operativas. Nuestro objetivo es pues 'descomercializar' nuestro imaginario y desvincular la realización personal de la producción (incesante de novedades).
Pero el problema es que el arte se alimenta de novedades y de la imprescindible alteración de las expectativas asentadas. Por eso apostamos por la posibilidad de renovar sin producir, recurriendo a la idea del 'tuneado', sencillamente intercambiando o alterando nuestros objetos. La ropa es un símbolo potente de esa dependencia del consumo de imaginario y del imaginario del consumo. Por eso promovemos un mercadillo donde la gente pueda llevar lo que ya no utilice, aquello de lo que se ha aburrido, y cambiarlo por algo nuevo o bien modificarlo en la propia mesa de costura de la que allí disponemos. Podemos cambiar de imagen sin consumir materias primas ni explotar niños asiáticos y, de paso, entablar relaciones con los artistas y otros ciudadanos. No olvidemos que ‘prenda x prenda’ es una instalación (artística) que prentende, básicamente, ensanchar la capacidad de representarnos formas de relación y subjetivación.

11.3.09

Territorio

En la jornada del martes 10, Luis Falcón, arquitecto especializado en la ordenación territorial de las zonas turísticas y codirector del master Costa inteligente de la Universidad Politécnica de Cataluña, impartió su conferencia Un, dos, tres: responda otra vez. Tomando como referencia la evolución del premio estrella del famoso programa de televisión (del coche al apartamento en Torrevieja) Luís Falcón analizó el fenómeno del ‘turismo residencial’ (que el considera una contradicción en los términos pues la base del turismo es el alquiler del territorio y no su venta) y su incidencia en la dispersión de las construcciones a lo largo de la franja costera. Partiendo del dato de que el 7,7 % del PIB español lo generan 80 playas urbanas que apenas ocupan 5 km2 de superficie (la tercera parte de una estación de esquí) defendió el modelo de concentración urbana ligado al ‘sol y playa’ como el más sostenible para una industria turística que, por mucho que demonicemos, seguirá moviendo grandes masas de población. Esos 5 km2 acogen anualmente 50 millones de visitantes que, en el caso de ser desperdigados mediante el desarrollo de otros modelos turísticos como el rural causarían un impacto sobre el territorio incalculablemente superior 8teniendo en cuenta que el turismo consume el territorio de mayor calidad). La evolución del concepto de viaje desde el ‘grand tour’ decimonónico al ‘low coast’ puede significar una deriva desde la búsqueda del conocimiento profundo hacia la obsesión por la mera captación de instantáneas, pero también una democratización del ocio que no tiene vuelta atrás. La asunción de esta realidad nos obliga a replantear la vinculación inmediata e injustificada de ‘torres junto a la playa’ con especulación, corrupción y deterioro ambiental. La ciudad detrás de una playa (que, no lo olvidemos, depende de los paisajes submarinos, como los sebadales, para su regeneración) permite además desestacionalizar la ocupación y ‘hacer ciudad’ valiéndose de la creciente posibilidad de asentar población vinculada a la industria del conocimiento en zonas atractivas que ofrezcan posibilidades de trabajar conectado con las capitales culturales.
Jesús Hernández, profesor de Geografía de la ULL, explicó los orígenes históricos del hábitat disperso y el poblamiento en hilera y los vinculó con la ordenanza de casa y viña. Expuso someramente la evolución de los ejes de la economía canaria y pasó a analizar su desarrollo demográfico, que nos ha llevado a multiplicar por cinco los habitantes en 80 años y por 20 el numero de edificaciones en 40 años. La población de Canarias ha venido creciendo en los últimos años el doble de rápido que la Española, recibiendo unos 35.000 inmigrantes extranjeros al año, muy vinculados a industrias como el turismo y la construcción que demandan abundante mano de obra. Todo ello en un territorio que, como Tenerife, tiene apenas 2.000 km2 de los que sólo una cuarta parte es habitable. Con este horizonte se hace necesaria la apuesta por la convergencia frente al crecimiento pues la cohesión social (interna y respecto a los países del entorno) es eficiente también económicamente. Esa apuesta exige una reinvención de nuestros modelos que requiere talento, capacidad de innovar en materia social, cariño, atención, ilusión y trabajo y, sobre todo, disposición a asumir los costes personales que pueda ocasionar una empresa que no necesariamente nos conducirá a vivir peor. Todo ello con urgencia pues la educación de las personas –vital para el proyecto de transformación- comienza veinte años antes de su nacimiento.
Alejandro Molowny, del servicio técnico de sostenibilidad de recursos y energía del cabildo de Tenerife, explicó detalladamente el nuevo plan de residuos que, junto a innovaciones técnicas y administrativas, incluye incentivos sociales a la corresponsabilidad ligados, entre otras cosas, a la vinculación de las tasas con la generación de residuos o su aprovechamiento. No obstante, advirtió que el enorme esfuerzo realizado difícilmente podrá repetirse (por razones meramente espaciales) por lo que se hace imprescindible disminuir la generación de residuos.
Tras estas intervenciones se inició una mesa redonda en la que se debatió sobre el imaginario social que fomenta el turismo de masas y las contradicciones de las medidas públicas que, simultáneamente, fomentan el consumo, el crédito y la disminución de residuos, que alarman por el crecimiento poblacional y favorecen las infraestructuras que lo permiten y reclaman.

Complejidad

El lunes 9 lunes la sala de arte cambió de nuevo completamente de aspecto para albergar la parte más académica del ‘Laboratorio del bienestar’. Se borraron de las pizarras los dibujos infantiles y dieron paso a las opciones para convertir la crisis económica en una oportunidad para modificar nuestra forma de vida de manera no traumática.
A las 17.00 horas se presentó el proyecto completo del laboratorio del bienestar para, inmediatamente, dar paso a las intervenciones de los ponentes, moderados por Serafín Corral (director del Master en Gobernabilidad para un Desarrollo Sostenible de la ULL) en torno al título genérico de Complejidad, negociación y comunicación del riesgo.
Silvio Funtowicz (experto del Instituto para la Protección y la Seguridad del Ciudadano de la Comisión Europea) expuso las dificultades que plantea abordar el problema del paisaje en comunidades heterogéneas con una cultura relativista carente de valores o criterios de actuación unívocos. Destacó la importancia de la huella de nuestros tipos de vida en el territorio y alentó a crear mecanismos de participación para abordar los complejos procesos de negociación que exige el tratamiento de problemas con tantas dimensiones. Bruna De Marchi (experta en comunicación de riesgos del Instituto de Sociología Internacional de Gorizia) alertó sobre los riesgos de la gestión del territorio desde una visión puramente cenital olvidando el conocimiento local. Destacó que el progreso, incontestado hace pocas décadas, ya no es un concepto que merezca necesariamente una consideración positiva y recomendó que afrontáramos sus riesgos sin ceder al fatalismo (no hay que resignarse a la catástrofe) y sin excesiva confianza en las soluciones tecnológicas.
Jesús Hernández, ya en la mesa redonda, insistió en que la complejidad del problema del paisaje demanda responsabilidad y eficiencia, y, por ende, cohesión social. Se mostró optimista pues, a su juicio, somos cada día más conscientes de los riesgos a los que nuestro comportamiento somete al territorio.
Luís Falcón destacó como dos de las principales amenazas para el paisaje el crecimiento demográfico y, especialmente, la tendencia a la expansión de las construcciones promocionada por el modelo de vivienda adosada. Propuso un modelo de ordenación urbana en las áreas turística similar al de Benidorm, en el que la alta concentración de edificios en altura apiña el impacto territorial en una estrecha franja costera que, además, resulta difícilmente visible desde la distancia.
José Luís Rivero se dedicó a desmontar ciertos tópicos. En primer lugar, los genéricos, al advertir que nuestro modelo económico no está agotado pues los modelos no pueden agotarse, son sólo mecanismos de explicación del funcionamiento de una realidad que no se puede alterar de manera puramente voluntarista. Y, en segundo lugar, tópicos más concretos, como el del llamado monocultivo turístico. Rivero destacó que la economía Canaria, la más próspera desde Galicia a Sudáfrica (exceptuando Lisboa), siempre ha sabido explotar con eficacia sus oportunidades desarrollando una economía más compleja de lo que se presume. Advirtió que el modelo de crecimiento económico en Canarias ha sido muy intensivo en demanda de empleo, que, sin embargo, no necesariamente recaía en los trabajadores locales, lo que ha provocado tensiones demográficas. Alertó de las dificultades de abordar los problemas que nos depara la crisis económica pues estos demandan políticas a corto plazo en ayuda de los más desfavorecidos, políticas que deberán realizarse, sin embargo, con la perspectiva de no incurrir en los errores que nos condujeron a esta situación. Protestó contra la tendencia a afirmar que ‘la población es un problema’ pues sólo cabe entender los problemas precisamente desde la óptica de la propia población, que es la que los padece. Destacó la fractura social que se ha producido entre los defensores de las políticas de largo plazo, y el cuidado medioambiental, y los defensores del crecimiento y el empleo. Ambos colectivos han cerrado filas y alambicado sus argumentos sin encontrar canales para confrontarlos.

10.3.09

Los niños toman la calle

La mañana del domingo se consagró a los más jóvenes. Un grupo de estudiantes de Bellas Artes estuvo enseñando a los niños, en la plaza anexa a la sala, los juegos que sus padres solían practicar en las calles.‘Time out’ reflexiona sobre el modo en que nuestros hábitos y formas de vida modelan el paisaje. En ese sentido, sin duda una de las características más distintivas del paisaje de nuestra época es que la calle ha dejado de ser un lugar de encuentro espontáneo para convertirse en una infraestructura para el soporte de actividades comerciales de toda índole. Diversas circunstancias, desde la proliferación del tráfico rodado hasta el miedo inducido por la seguridad de los menores, pasando por la mercantilización de las ‘actividades extraescolares’, han determinado que los niños hayan dejado de ser habituales en nuestro paisaje urbano. Sorprende ver el día de reyes las plazas de nuestras ciudades vacías de niños que, presumiblemente, juegan en casa con sus nuevas consolas de videojuegos. El taller de juegos en la calle, una de las muchas actividades que forman parte de ‘Laboratorio del bienestar’ trata de recuperar para las nuevas generaciones aquellos juegos en peligro de extinción desvinculados del gasto y que no consumían más materia que el espacio ni más energía que las de los propios niños. Una de las energías más renovables y sostenibles. Quizá la extensión de este tipo de juegos casi olvidados (el elástico, el teje, el pañuelo, la comba, etc.) ayude a recuperar el sentido del espacio público, a combatir la obesidad infantil o a rejuvenecer y alegrar nuestro paisaje social y urbano. Cuando la lluvia comenzó, niños se adueñaron del espacio expositivo que algunas horas antes fuera el escenario del concierto de inauguración de la bienal y lo convirtieron en espacio de juegos. Saltaron por las esculturas y sus balonazos las desposeyeron de cualquier rastro de aura. No diremos que los niños se acercaron al arte de otra forma que no fuera la literal, aunque sí comprendieron que su manera de divertirse influía y se veía influida por el diseño del espacio social. Sus padres, sin embargo, si se interesaron por el proyecto y departieron con los artistas sobre su contenido. Una vez más quedó patente que la voluntad de hacer unas obras que no respondan a las expectativas del espectador le obligan a alterar su disposición a la observación pasiva. Pero también que la participación necesita arbitrar dispositivos para que se produzcan encuentros en unas circunstancias que faciliten no ya el conocimiento del proyecto sino su activación. El padre de uno de los niños participante, biólogo de profesión, estuvo haciendo indicaciones sobre el tipo de cuidados que necesitarán las Eisenia Foétida (lombriz roja de California) para realizar su trabajo en la compostadora y estuvo buscando (por fortuna infructuosamente) en el jardín y entre los rollos de césped sobrantes una especie de culebra invasora que se había introducido en Canarias a través de los tepes.

cuatro días de marzo


Tras vivir no pocas incertidumbres durante cuatro largos días de marzo, se inauguró ‘Time out’. Hacía semanas que la exposición ya se había convertido en una máquina de aglutinar voluntades. El estudio de ‘la santa potra’ (María Requena, Israel Pérez, Beatriz Lecuona, Óscar Hernández y Alby Álamo) había conseguido catalizar buena parte de las energías creativas del barrio del Toscal. El dueño de la ferretería y la jubilada del piso de arriba llevaban tiempo implicados en un proceso de recogida de materiales para una actividad que no comprendían muy bien, pero que, por alguna razón, les motivaba. Finalmente, el montaje de la piezas se convirtió en un ejemplo manifiesto de ‘intersubjetividad’. La decisión inicial de hacer una exposición colectiva que fuera más allá de la mera reunión de piezas individuales (que podía parecer una ‘regla del juego’ más o menos forzada por la moda ‘colaborativa’) se convirtió en un auténtico procedimiento de trabajo que implicó muchas voluntades en un proceso conjunto de toma de decisiones que, pese a estar marcadas por la premura, jamás produjeron tensión.
También a última hora las circunstancias meteorológicas determinaron que el concierto de inauguración de la Bienal se celebrara en el interior de la sala y una de sus esquinas tuviera con convertirse en bar de copas. Lo que empezó siendo un elemento añadido de incertidumbre se convirtió en una demostración fehaciente de que se había logrado darle al espacio la versatilidad pretendida. La sala de arte se convirtió en sala de conciertos y acogió de manera hospitalaria a una considerable multitud. Damas de la burguesía santacrucera se recostaron cómodamente en las alfombras sacadas días antes del vertedero mientras sus maridos se sentaban bajo un bonito paisaje de lombrices que hacían su trabajo en la compostadora al ritmo de la música de Cage. El jardín soportó más gente sentada en sus bordes de la que hubiéramos imaginado y demostró que su movilidad le hacía útil en más de un sentido. El público encontró acomodo en las diversas áreas del andamio -muy favorecido por el dramático contraluz impuesto por el concierto- cotilleó los catálogos de la biblioteca y se interesó por las contradicciones del ‘crecimiento sostenible’ (editadas en el periódico del laboratorio) mientras escuchaba la música.
Cuando esta acabó, las ‘esculturas’ se llenaron de copas mientras los asistentes se saludaban, charlaban o comentaban los textos pegados en el suelo de la sala (que también soportaron sorprendentemente bien el inesperado embate) explicando el proyecto. La reunión social se vío momentáneamente desplazada para proceder a la pegada de carteles sobre el muro de la entrada. A los previstos se sumo espontáneamente uno convocando a la manifestación contra el puerto de Granadilla. Las más crípticas imágenes contrapublicitarias y los más directos llamamientos a la ciudadanía se dieron cita en una actividad que convirtió momentáneamente a los asistentes a un acto protocolario en integrantes de una aparente movilización ciudadana.

10.2.09

el paisaje de la contradicción (10)

II Bienal de Canarias. Arquitectura, arte y paisaje.


Una bienal canaria de arquitectura, arte y paisaje no puede ignorar que los vigentes modelos de ocupación y explotación del territorio nos han proporcionado recursos y posibilidades hasta ahora impensables y nos han sometido a riesgos y dependencias igualmente inimaginables; ni que estos riesgos han generado malestar e inquietud en un buen número de ciudadanos; ni que estos esperan que una bienal de arte y paisaje se haga eco de su sentir. Y debe hacerlo, pero no a riesgo de olvidar su ámbito de actuación. El arte debe incidir en los problemas culturales de representación que subyacen al problema del paisaje en Canarias, que es consustancial al problema del paisaje en el mundo (lo que puede convertir Canarias en un laboratorio para la I+D+i de la sostenibilidad y el ‘decrecimiento saludable’). Ni por asomo creemos que todo lo expuesto se pueda siquiera plantear en la segunda bienal. Pero no es la segunda bienal lo que nos preocupa.
En el ámbito de la imagen se deberían abordar los modelos de bienestar (tras la crisis del estado), representación y reconocimiento vigentes e imaginar formas no venales (también en lo territorial) de plantear la relación social. Se debería incidir en la renovación formal que exige la creación de una cultura de la sostenibilidad que supere el vigente formato del ‘hit parade’ artístico, el ‘bienalismo’, el ‘paracaidismo comisarial’, la deslocalización de las acciones culturales supuestamente descentralizadas bajo la excusa del cosmopolitismo, la ‘estética del gag’ y la ocurrencia, en fin, la cultura del espectáculo.

el paisaje de la contradicción (9)

II Bienal de Canarias. Arquitectura, arte y paisaje.
Ningún gestor de recursos humanos pagaría a un ejecutivo estrella para que viniera a ‘exponer’ en su empresa sus grandes actuaciones en un formato frontal y puntual. Sólo pagaría para que viniera a formar a sus propios cuadros en un taller de trabajo prolongado e interactivo. Los profesores sensatos no imparten cursos sobre lo que saben sino que plantean cursos sobre lo que desean aprender. Partimos de la base de que no sabemos cómo hacer una bienal, cómo poner el espectáculo al servicio del esclarecimiento, cómo acercar al público la reflexión sobre la forma, cómo formar masa crítica y cuadros que permitan disponer de un buen número de candidatos locales a organizar una bienal, cómo hacer converger los intereses, cómo mantener la actividad económica que genera nuestro bienestar sin basarla en niveles de producción y consumo insostenibles, cómo crear imágenes de modelos de bienestar que faciliten esa tarea, cómo articular un territorio fragmentado y orográficamente complejo, cómo superar la dependencia del coche… pero es posible que haya gente en el mundo que lo sepa o que, al menos, intuya cómo podría llegar a aprenderlo. Sería recomendable traerlos y encargarles un cometido concreto con unos interlocutores concretos. Involucrar a gente de aquí en el desarrollo de esas parcelas concretas. Crear una red de pequeñas actuaciones convergentes que movilicen muchas responsabilidades parciales. Que estas acciones sirvan para formar unos cuadros interdisciplinares capaces de darle continuidad a estas inquietudes durante esos tiempos ‘muertos’ entre los ‘balances de resultados’ que son las bienales. Y capaces también de plantear soluciones profesionales a las mismas fuera ya del marco de la bienal. Sería recomendable que esa continuidad tuviera su reflejo en una publicación periódica de bajo coste, crear un modelo que articulara de verdad actuaciones locales con planteamientos y aportaciones internacionales. Sería deseable crear una bienal para los de dentro que les apeteciera visitar a los de fuera. Sería deseable que después de la segunda bienal hacer la tercera fuera mucho más fácil (en la parte administrativa) y, a la vez, mucho más complejo (en la parte especulativa).
Sería deseable que Canarias se convirtiera en un referente internacional para cualquier interesado en reflexionar sobre el problema de cómo la modificación del imaginario social sobre el bienestar, el reconocimiento o la realización personal en un mundo globalizado afectan a la estructura del paisaje físico y social de un territorio, lo identifican y cohesionan a su ciudadanía. Y en qué medida ese imaginario puede favorecer la creación de modelos económicos sostenibles.
Sería deseable que la cuarta bienal tuviera un aluvión de propuestas de gente interesada y versada en estos asuntos deseosa de desarrollar iniciativas en este terreno. Y que contara con una tropa de agentes canarios capaces de gestionar que se llevaran a cabo con éxito y repercusión y de movilizar a otros conciudadanos para que se sumaran a la iniciativa.

el paisaje de la contradicción (8)

II Bienal de Canarias. Arquitectura, arte y paisaje.
La bienal de Canarias adolece de falta de credibilidad, como el Gobierno que la apoya, cualquier profesional que se atreva a gestionarla, el formato del ‘bienalismo’, la misma institución arte… Para sacarla a flote se necesita, además de cautela y responsabilidad, colaboración y un acendrado sentido de la escala. No parece sensato confundir el estado con el partido del gobierno ni practicar la estrategia del ‘cuanto peor mejor’, pero el ‘posibilismo’ debe gestionarse con prudencia. La segunda bienal debe ser modesta en todos los aspectos, debe ser ‘infraestructural’ y participativa, definida y limitada en sus contenidos y objetivos, incluso austera. Debe ser sostenible y renovable. En Canarias es fundamental ‘invertir en visibilidad’, pero sólo después de definir qué se desea mostrar.
La bienal puede convertirse en un laboratorio para investigar las consecuencias de los hábitos representativos en la transformación del territorio y, a largo plazo, en un referente internacional para todos los interesados en este asunto. Su misión es detectar los problemas y derivar la mirada hacia ellos, pero no puede –ni debe pretender- resolverlos, ni siquiera suplantar el espacio político en el que deben plantearse. La resolución de problemas exige unos protocolos que prioricen acciones finalistas, el arte debe plantear los problemas en toda su complejidad y su contradicción.
Esto suena a retorno a la caduca autonomía estética o a claudicación de los compromisos críticos. Pero el interés del arte reside en su capacidad para plantear reflexiones culturalmente pertinentes, y los eventos exhibitivos deben coadyuvar a que estas reflexiones se desarrollen en toda su complejidad.
Nos hemos acostumbrado a que el arte ilustre discursos previamente definidos en términos, a menudo, maniqueos. Posiblemente la bienal no deba corroborar lo ‘déjà vu’ sino hacer ver cosas que no nos habíamos planteado, aunque no sepamos muy bien como gestionarlas. Y debería –esto es si cabe aún más difícil- articular algún mecanismo para que a ese confuso esclarecimiento pudiera llegar a la capa más ilustrada de la ciudadanía canaria en un proceso estratégico de ‘gentrification’; e incluso que cualquier visitante percibiera en un ‘flash’ la fascinante dimensionalidad del problema y entreviera que existe una plataforma donde puede integrase para ayudar a replantearlo.

el paisaje de la contradicción (7)

II Bienal de Canarias. Arquitetura, arte y paisaje.
La bienal debe asumir el papel crítico que se le exige desde dentro y desde fuera, pero no puede estetizar con ánimo promocional el problema del territorio (poner los fines al servicio de los medios) ni desvirtuar el arte (poner los medios al servicio de los fines). La crítica en el arte se canaliza a través de los medios de representación. Si el arte goza (aún) de ese prestigioso espacio ‘de acogida’ es precisamente porque no trata sobre la realidad sino sobre su representación: se acerca a las cosas de forma oblicua, a través del modo en que las miramos y, por lo tanto, de forma dilatada. Este retardo es esencial no sólo para la supervivencia del arte sino para la supervivencia de la actividad reflexiva que le da sentido.
Esto no es marear la perdiz sino coger el toro por los cuernos: vivimos en una situación menos ‘disyuntiva’ que ‘conjuntiva’, hoy están más unidas que nunca la superestructura y la infraestructura (el motor económico es la industria del ocio y la cultura y el reconocimiento social está ligado a la capacidad adquisitiva): modelo económico (y, por lo tanto, modelo de ocupación del territorio) y representación social están íntimamente vinculados.
Los modos de concebir el ocio y el tiempo libre, el uso de los espacios de socialización, los modos de vernos y hacernos ver en el paisaje social, las relaciones estéticas entre el fondo y la figura, determinan radicalmente la configuración del territorio (los modos de movernos y habitar -los coches y los chalets-, la comercialización de la calle y las relaciones sociales, la prisa, la ‘tematización’ de los viajes…). Estos asuntos pertenecen al imaginario social y son materia artística, pero el arte debe mantener ese protocolo dilatorio que pone en evidencia los modos de ver y dejarse ver. Por otra parte, cuando estos asuntos se abordan desde una posición estratégica y promocional y en un marco tan imbricado en la ‘industria del espectáculo’ como una bienal, pierden mucha de su legitimidad en un momento en que el contenido de la obra de arte guarda menos relación con su sintaxis interna que con su motivación pragmática.
Esta profunda imbricación entre representación, economía, territorio y paisaje social (que vincula la falta de valores con la obsesión por el dinero, el afán consumista, la corrupción, la prevaricación, la realidad laboral, la articulación social y territorial, la emigración, la ansiedad, la fascinación por el éxito, el espectáculo, los recursos, el cambio climático…), en un momento en el que el arte reconoce para sí una responsabilidad abiertamente política y en un período de crisis del gobierno que promueve la bienal, convierte su desarrollo en un asunto de enorme complejidad que requiere un alto grado de autonomía, no sólo con respecto al poder político sino al mediático e incluso respecto a las propias inercias personales. Tan reprochable es desentenderse de estos asuntos como estetizarlos o convertirlos en vehículos de promoción o de revancha personal. La vocación de acogida del arte le obliga a abordar problemas que exceden su capacidad de análisis. Demasiado a menudo, el modo de ocultar esta incompetencia es ‘estetizar’ el problema.

el paisaje de la contradicción (6)

II Bienal de Canarias. Arquitectura, arte y paisaje.
Este proyecto tiene evidentes dimensiones culturales y también artísticas, pero excede con mucho la dimensión estética. La bienal, para resultar creíble y respetable, debe abordar estos problemas, pero ni por asomo puede resolverlos. Una bienal de paisaje en Canarias debería tener un programa, inscrito en un plan estratégico vinculado a su vez a una política orientada al análisis de las posibilidades de transformación del modelo económico hacia un horizonte de sostenibilidad; este programa debería, a su vez, generar un determinado número de proyectos que deberían, obviamente, circunscribirse al ámbito del arte.
Como no existen esas políticas ni esos planes, podemos sentir la tentación de exigirle al programa de la bienal no ya que los aliente (que haga ver su carencia) sino incluso que los suplante. En las últimas décadas, el arte se ha convertido en una especie de orfanato o centro de acogida para actividades creativas o especulativas que no encuentran otro espacio económico o institucional. Llamamos área de cultura o ‘centro de arte’ a un refugio para especies amenazadas de extinción en el ecosistema del mercado. Esta circunstancia es inevitable y ya incluso canónica: son sobre todo los especialistas en arte, los profesionales de un medio específico, autónomo y casi ‘alienado’, los que esperan de él compromisos extraartisticos inespecíficos, heterónomos y comprometidos. Por otra parte, las voces críticas con el modelo de desarrollo vigente ocupan en Canarias un arco extraparlamentario, no disponen pues de espacio institucional, lo que las convierte en candidatas al ingreso en los centros de acogida de las artes que, a su vez, tienen una especial disposición a (auto)legitimarse a través de su contribución a esa causa. Independientemente de su grado de convicción, el arte ha descubierto en el compromiso con las causas perdidas un vehículo de promoción. La bienal debe atender a esta circunstancia que no es sólo ‘externa’ sino también ‘interna’ (no es sólo que las voces críticas extraartísticas esperen de la bienal que asuma su compromiso, es que las voces académicas, intrartísticas, lo entienden también como valor estético). También en este punto es fundamental diferenciar los medios y los fines.

el paisaje de la contradicción (5)

II Bienal de Canarias. Arquitetura, arte y paisaje.


La crisis del actual modelo económico no es un problema a atajar sino una oportunidad a aprovechar. La clase política –incluidos los agentes sociales- no parecen capaces de hacerlo porque temen los efectos electorales y sociales de una ralentización económica inevitable. Tampoco la economía parece preparada para superar su propia incapacidad de imaginarse a sí misma al margen del crecimiento. Es imprescindible generar ese nuevo imaginario del decrecimiento saludable. Para eso necesitamos un tiempo muerto, al menos un punto antes del ‘y seguido’.

el paisaje de la contradicción (4)

II Bienal de Canarias. Arquitectura, arte y paisaje.
En las últimas décadas, la economía española en general y la canaria en particular se han basado en la explotación del territorio (y en el sistema financiero imprescindible para ello). El territorio es un bien limitado y no renovable; por lo tanto, el modelo económico es insostenible. No sólo por afectar al paisaje físico, sino por afectar al paisaje social: el modelo desarrollista vinculado al ‘sector cuaternario’ provoca un ‘efecto llamada’ que pone el territorio insular al borde de su capacidad de aportar recursos y absorber y articular población. Esta circunstancia nos ha convertido en un observatorio privilegiado del paisaje social y cultural del mundo devenido parque temático. Canarias no puede seguir jugando al ‘autoexotismo’ insular porque no es más que un cultivo de los agentes patógenos de la globalización.
El actual modelo económico nos ha conducido a un nivel de bienestar y de riesgo desconocidos en la historia. Canarias goza de una situación de privilegio (su industria no se puede deslocalizar) para afrontar los embates de la globalización aprovechando sus oportunidades. Sus instituciones han gozado de una liquidez que hubiera permitido ensayar modelos de crecimiento alternativos en esa línea. Pero sus dirigentes –que promueven las bienales- no sólo no han puesto freno a ese modelo de crecimiento sino que lo han fomentado, muchas veces transgrediendo los propios mecanismos de control de los que deberían ser garantes, desperdiciado irresponsablemente una oportunidad histórica para invertir en futuro y sometiendo el archipiélago -que hubiera podido alcanzar un alto nivel de bienestar con una cifra estable y baja de visitantes- a unas tensiones muy peligrosas.

el paisaje de la contradicción (3).

II Bienal de Canarias. Arquitectura, arte y paisaje.
‘Paisaje’ es el modo cultural de mirar el país. Proyecta sobre él la imagen de un valor intrínseco que transciende otros intereses especulativos. De esta forma, le da sentido y unidad a (la imagen de) el territorio. El ser humano, consciente de que su manera de mirar el mundo se traduce siempre en dominación y explotación, y temeroso de ese poder y predisposición, crea un concepto ‘conservador’ (hoy diríamos conservacionista) para sustituir el viejo carisma de la naturaleza en el mundo secular moderno (tendente a agrimensurar el territorio y traducirlo a metros cuadrados). El paisaje es pues una herramienta conceptual humana para contrarrestar el poder destructor de las herramientas conceptuales humanas. Por eso emigró pronto del ámbito estético al ‘funcional’ (a la geografía, economía, ordenación del territorio, política…) con su contenido ‘disfuncional’.
Por eso el paisaje es un problema esencial en Canarias, una comunidad donde resulta urgente construir y proyectar un imaginario que oponga resistencia conceptual al uso venal y especulativo del territorio. Curiosamente, el paisaje es uno de los elementos promocionales de la marca ‘Canarias’ y, en consecuencia, uno de los máximos responsables de la sobreexplotación del territorio. El paisaje, visto como valor en sí, disocia su forma de la estructura socioeconómica que lo modeló, convirtiendo el país en un parque temático. Un parque temático que, curiosamente, no es un simulacro, pues, a diferencia del paisaje ‘vernáculo’ profiláctico, sí responde a una estructura socioeconómica real.

el paisaje de la contradicción (2).

II Bienal de Canarias. Arquitectura, arte y paisaje.
El título -‘arquitetura, arte y paisaje’- es un acierto promocional con consecuencias externas (las bienales, dado su número, hay que especializarlas y el tema resulta atractivo y fácil de identificar con Canarias) pero un problema categorial con consecuencias internas: la ‘y’ puede dar a entender que el paisaje no es el tema de una bienal de arte sino un tema más de la propia bienal (al mismo nivel que el arte y la arquitectura), un tema originariamente estético (concretamente pictórico) pero que ha conocido una amplísima deriva extraestética. El paisaje se ha convertido en Canarias en un concepto que dificulta la posibilidad de hacer una bienal de arte, al menos en una época en la que el arte canónico debe demostrar una sensibilidad política que le impide estetizar un problema grave y le dificulta colaborar con los que, desde instancias políticas, tratan de hacerlo.
Por otra parte, la expresión ‘arte y arquitectura’ es o redundante o contradictoria. Si la arquitectura no es arte, es decir, es una competencia profesional que capacita para edificar, la expresión es contradictoria; si la arquitectura es arte, es decir, una disciplina que aborda el modo en el que la edificación afecta a la concepción simbólica del acto de habitar el territorio social, entonces la expresión es redundante.
No obstante, la diferenciación entre arte y arquitectura nos ofrece una gran ventaja operativa. Valiéndonos de las categorías de Alain Roger, cabría decir que se puede hacer paisaje ‘in visu’, a través de la mirada que le da contenido cultural al país, o ‘in situ’, mediante la intervención física en el propio territorio. La mala conciencia que padece el arte desde que Marx emplazara al intelectual comprometido a transformar el mundo en lugar de interpretarlo, nos invita a la acción ‘in visu’ en lugar de la actuación ‘in visu’, a pesar de que, históricamente y más si cabe en la actualidad, la mirada ha demostrado una proverbial capacidad para transformar lo real. Dado que la vertiente ‘arquitectónica’ de la bienal se volcará en las intervenciones ‘in situ’, sería bueno desarrollar paralelamente la confianza en los modelos menos performativos de hacer paisaje, físico y social.

el paisaje de la contradicción (1)

II bienal de Canarias. Arquitectura, arte y paisaje.
La bienal es el formato arquetípico que ha adquirido el arte académico en su vertiente popular y el arte de crítico en su vertiente espectacular. Frente a las Ferias, determinadas por el mercado, las bienales cuentan con curadores que aplican criterios independientes. Sin embargo, su vertiginosa proliferación e institucionalización ha determinado que estos comisarios hayan cambiado los criterios, difíciles de asentar a ritmo bienal, por la agenda, fácil de engordar en las propias bienales. Las bienales exponen obras cuyo principal mérito es haber sido expuestas en bienales, a un ritmo que dificulta la posibilidad de pensar su pertinencia. Dado que las bienales son las ferias de los territorios que no tienen mercado, importan presencia cultural en forma de obras cuya radicalidad formal responde a un canon preestablecido y cuya radicalidad intelectual resulta políticamente correcta y, por lo tanto, previsible. Por eso sirven para maquillar las gestiones políticas con un barniz de compromiso retórico. Como cualquier otro evento de la festivalización de la cultura, pasan por el territorio como los americanos de Bienvenido Mr. Marshall, no sin antes pregonar la importancia de la acción enraizada en lo local. No obstante, favorecen la visibilidad de los artistas locales, y son, por lo tanto, una oportunidad para que la creación en Canarias salga del ostracismo al que parece condenada. La gran duda es hasta qué punto se puede lograr este objetivo sin necesidad de plegarse a la lógica perversa de estas franquicias del arte metropolitano, que condena a las provincias a seguir siendo provincias, es decir, a contar con artistas exiliados que marquen exteriormente el nivel del desierto cultural interior.

el paisaje de la contradicción (0)

II bienal de Canarias. Arquitectura, arte y paisaje.


La ‘II bienal de Canarias. Arquitectura, arte y pasaje’ circunscribe un conjunto de tensiones (entre arte y activismo, compromiso y espectáculo, realidad local y globalización, ocio y tradición, paisaje y explotación, parque temático y realidad socioeconómica, ciudadanía y corrupción, conservación y explotación…) que la convierten en un escenario complejo, inquietante y seductor. No es un contexto ideal, pero tampoco el arte puede pretender recuperar aquella autonomía que le permitía concebirse en un entorno neutro que resaltaba su pureza interior. Es nuestra realidad, la que tenemos, en la que tiene que desarrollarse nuestro arte.
Este proyecto pretende articular sin disolver esa complejidad a través de una red de encuentros y contactos, reales y virtuales, prolongados en el tiempo, con actores provenientes de diferentes disciplinas. No se trata de elegir unas obras para ilustrar el discurso previamente establecido de un comisario, sino de crear un espacio, físico e intelectual, en el que hacer converger inquietudes y dejar que sean estas las que den forma al proyecto. Una forma que, necesariamente, deberá sobrepujar los límites del arte.
El proyecto tiene voluntad de continuidad, pues su objetivo no es otro que el de ganarse el margen de confianza del que aún no goza. Se desarrolla en la 2ª bienal pensando, sobre todo, en los espacios entre bienal y bienal, como un foro permanente universitario en el que reflexionar sobre…

29.1.09

R que R. Repolitizar.

Cualquier solución exige coordinación a todos los niveles, no todo se puede cargar sobre la responsabilidad personal (de reciclar, utilizar transporte público…). Los comportamientos insostenibles son sistémicos y exigen una batería de medidas diversas y coherentes: políticas institucionales, presión social, compensaciones, negociaciones, denuncias, concienciación, estudios, acciones alternativas ejemplares…


  • No basta la austeridad personal, hay que simplificar el metabolismo económico global. El problema no es el consumo final, sino los intermedios: da igual que nos vistamos con una camiseta y comamos sólo un yogur si la camiseta se hizo en china con algodón estadounidense tejido en India y el yogur, de leche de vacas suizas alimentadas con piensos brasileños, se envasó en Canadá con plásticos rusos. Comprando lo mismo ahora consumimos mucho más que antes.
  • No se trata de dejar de consumir, sino de hacerlo adecuadamente.
Por otra parte, vivimos en un sistema competitivo en el que el retraimiento unilateral sólo produce un espacio de oportunidad que otro estará dispuesto inmediatamente a cubrir. La disposición voluntaria se tiene que traducir en coerción social, debemos imponernos obligaciones colectivas que regulen la orientación al beneficio.

R que R. Revivir.


Podemos recuperar la agencia, la sensación de que podemos cambiar el mundo y no sólo encajar en él. No hacen falta proyectos épicos maximalistas, bastan actuaciones micropolíticas responsables.

R que R. Reutilizar.



No basta con reciclar, hay reutilizar y evitar que el deterioro de un componente menor nos obligue a tirar el producto completo favoreciendo los elementos intercambiables y la reparación.

R que R. Reducir.



  • El trabajo: dedicando más tiempo al ‘cuidado de sí’ vinculado al conocimiento y los bienes relacionales y no a la posesión de los materiales. El tiempo liberado se puede emplear en la autoproducción y la consecuente desmercantilización.
  • Los bienes: practicando una simplicidad voluntaria.
  • El poder de la imagen: conviene ser iconoclastas.
  • El transporte, disminuyendo la distancia entre producción y consumo alentada por la deslocalización y entre vivienda, servicios y trabajo alentada por la zonificación.
  • Los residuos: hay que acabar con la lógica de la obsolescencia programada que acorta intencionalmente, por procedimientos físicos o psicológicos, la vida útil de los productos.
  • La velocidad, que favorece la deslocalización y la dependencia del transporte.

R que R. Relocalizar.


Conviene desarrollar una economía de proximidad, acercar a productores y consumidores, y a estos a los minoristas, no sólo para evitar los daños colaterales del transporte sino para revincular los salarios de los trabajadores con las ventas de las empresas en el ámbito de una bioregión.
Hay que desarrollar paralelamente una democracia participativa de proximidad.

R que R (qué hacer). Redistribuir.

  • La tierra, limitando la agricultura industrial e intensiva y evitando la despoblación del medio rural.
  • El trabajo. Acabar con el paro mediante el crecimiento de la economía en un horizonte de continuo aumento de productividad nos avoca a una lógica exponencial insostenible. El aumento de productividad podría redundar en la disminución de la carga laboral y no del número de trabajadores.

R que R. Reestructurar.

Por más que el capitalismo induzca a la competitividad despiadada, la desmesura, el crecimiento ilimitado, la explotación miope de la naturaleza, la privatización de todos los bienes… la renuncia al conjunto del sistema nos abocaría a la catástrofe. Se pueden utilizar las herramientas del sistema, en especial el mercado y la moneda, con otra lógica. No hay que evitar el mercado, sino corregirlo dónde falle.
  • El cambio climático, por ejemplo, es un fallo del mercado: no se pagan los costes que genera el uso de hidrocarburos.

R que R. Reevaluar

El mercado tiene un gran fallo: es miope y amnésico. Los precios no computan que estamos despilfarrando una herencia multimillonaria en recursos y materiales. Este olvido nos provoca en una falsa sensación de omnipotencia. Cualquier pequeña empresa computar en su cuenta de amortización la pérdida de valor de su inmovilizado (inmuebles, maquinarias, equipos, etc.), aunque no implique un gasto dinerario inmediato. Si en el planeta lleváramos esa cuenta quizá descubriríamos que la perdida de materias que no sabemos producir (y que el planeta ha tardado milenios en hacerlo), sumada a los costes ecológicos, supera las ventajas productivas (4/5 partes del valor de un alimento tienen que ver con cosas que no alimentan).
Si, además, grabáramos la producción con los gastos defensivos (destinados a minimizar el impacto del desarrollo), los externalizados (los daños colaterales) y las pérdidas puestas en disvalor (lo que perdemos con lo que ganamos), nos daríamos cuenta de que nuestra riqueza nos hace cada día más pobres. Convendría corregir estos fallos del mercado cargando estos gastos a los productos que los generan.
Para evitar que eso ocurra, utilizamos indicadores como el PIB que contabilizan como riqueza cualquier gasto (ya sea el de atender a los heridos de una accidente o el de retirar el chapapote de las costas) y no cualquier valor: si le hacemos la comida a nuestro hijo y charlamos con él dando un paseo generamos menos riqueza que si le compramos una pizza y una consola.
Casi todo el programa del decrecimiento podría cumplirse reestructurando nuestro sistema si corrigiéramos los fallos del mercado, es decir, si los precios reflejaran realmente los costes.
  • Probablemente, el yogur que nos comemos contiene leche de una vaca holandesa que comió soja brasileña, y, tras tratarse en Alemania, se tapo con aluminio estadounidense en un envase ‘made in china’. Para que este producto viajero, que ha consumido 15 veces más energía que la que nos aporta, salga más barato que un yogur hecho en casa en un envase reutilizable hay que descontar de su coste real el tratamiento de las enfermedades que provocó la contaminación y el recalentamiento debido a tanto desplazamiento, el del bosque que se taló para plantar la soja, el del puerto y la utopista que se tuvieron que construir para transportarlo, el del ejército que nos asegura el abastecimiento del petróleo y la definitiva pérdida de ese petróleo que se gastó en hacer un envase no biodegradable que tendremos que tratar. Si estos gastos se le imputaran al productor, él mismo descubriría el encanto de la economía de proximidad. Todo esto sin entrar en el disvalor del sabor del yogur fresco.

R que R (qué hacer). Reconceptualizar.

El ‘productivismo’ no es sólo un paradigma económico, esta instalado en nuestras mentes. Nos realizamos en el trabajo e identificamos dignidad y consumo: no ser menos que nadie es no tener menos que nadie. El reconocimiento social y el respeto a uno mismo está ligado a la capacidad adquisitiva y productiva. Una dinámica que hipoteca nuestras vidas al crecimiento.
En un mundo limitado, la legítima aspiración humana a mejorar exige desvincular el reconocimiento social de la capacidad de consumo y el bienestar de la posesión de bienes materiales. Es necesario fomentar el escepticismo respecto al mito del crecimiento (de ahí que prefiera utilizarse el término acrecimiento, por referencia a a-teismo), deseconomizar nuestras vidas.
  • La educación debe abandonar el horizonte del productivismo, fomentar la cooperación frente a la competitividad, la curiosidad frente a la ambición, el placer del conocimiento frente al utilitarismo, el crecimiento en el ser frete al crecimiento en el tener, el criterio frente a la adaptación, lo social frente a lo material, el gusto por lo bien hecho frente al pragmatismo, lo razonable frente a lo productivo.
Necesitamos cambios institucionales y mejoras técnicas, pero, sobre todo, innovaciones sociales ligadas a un cambio de valores.

R que R (qué hacer).

¿Cabría pensar en un decrecimiento (socialmente) sostenible?

Desarrollo sostenible

Con el fin de demorar lo inevitable hemos creado el concepto de ‘desarrollo sostenible’, que no deja de ser una contradicción en los términos mientras el desarrollo se siga identificando con el crecimiento económico.
El desarrollo sostenible es la reedición de la maltrecha fe de la economía neoclásica en el carácter ilimitado de la capacidad del crecimiento del planeta y la sociedad. Su argumento es que la inversión en tecnología y capital humano hará decrecer la necesidad de materias primas y energías.


Incertidumbres del DESARROLLO SOSTENIBLE

- La energía no se puede reciclar y las materiales primas sólo en parte. Y no sabemos producir lo que permite nuestra producción.
- No disponemos de fuentes de energía limpias y renovables para nuestra demanda actual.
- Combatir el efecto siempre refuerza la causa. La ‘ecoeficiencia’ produce ‘efecto rebote’: la optimización del consumo unitario aumenta el consumo global.
  • Las bombillas de bajo consumo se dejan encendidas, nos compramos un nuevo coche que consume menos y lo cogemos más, el dinero que ahorramos en calefacción con el aislamiento de las ventanas lo gastamos en unas vacaciones o lo reinvertimos en hacer crecer el negocio, la eficacia del trasporte nos invita a vivir más lejos…
- No se está produciendo la desmaterialización de la economía.
  • Su aparente desplazamiento hacia el sector servicios es debido a la exportación al tercer mundo de las actividades industriales gastosas y gravosas (lo que aumenta el impacto global al incentivar el transporte) y a la ‘subcontratación’ de empleos (limpieza, seguridad) que antes se computaban en la plantilla de las empresas del sector secundario.


- El consumo de energía y materias primas per capita no deja de aumentar. Ni la población.
- La huella ecológica del hombre no deja de aumentar, cada vez es menor la biomasa que le cedemos al resto de los seres vivos, cuya diversidad no para de disminuir.
  • Sin contar la superficie necesaria para obtener alimentos para nuestras vacas, energía para nuestros coches, oxigeno para paliar la contaminación que producen, espacio dónde tirar nuestros residuos, etc. en España, entre 1987 y 2000, las superficies artificiales en sentido estricto han aumentado un 29,5%, casi un tercio del total de la superficie transformada a lo largo de la historia. Se da además la paradoja de que somos es el país de la Unión Europea con más viviendas por habitante (alrededor de una por cada dos habitantes), el que más viviendas construye (tanto como Reino Unido, Alemania y Francia, juntos) y donde más difícil resulta acceder a la vivienda.
El ‘desarrollo sostenible’ no sólo sostiene el imaginario del desarrollo sino la inveterada costumbre de solucionar con sofisticados recursos tecnológicos problemas que se podrían atajar con sencillas soluciones culturales.
  • Confiamos en fármacos para inhibir la acumulación de grasas, alimentos dietéticos, técnicas de cirugía cardiaca, motores no contaminantes y de bajo consumo, infraestructuras viarias e ingeniería financiera, a la hora de solventar una batería de problemas que se solucionarían caminando o montando en bici.
Las soluciones tecnológicas tienden a ser puntuales, mientras que los impactos del crecimiento se retroalimentan (transportes => petróleo => contaminación + extracciones + infraestructuras => alteración de ecosistemas físicos y socioeconómicos => transporte…). El tratamiento ha de ser pues homeopático y no alopático (logros parciales en la obtención de fuentes de energía -p.e. biocombustibles- tienen efectos colaterales imprevistos y provocan rebotes).

Crecimiento

El sistema capitalista depende del crecimiento, no funciona en un sistema estacionario (el crecimiento no es pues un éxito sino un fallo del sistema, la necesidad hecha virtud). Este modelo económico basado en el desarrollo ilimitado contrasta con los límites del planeta sobre el que se asienta. Y con los del propio ser humano, que se realiza mediante la gestión y la definición de sus límites.

Impactos del CRECIMIENTO

- Disminuyen los recursos no reproducibles y dados en cantidades fijas.
- Disminuye la capacidad de absorción de residuos y elementos contaminantes inabsorbibles (lo que incide en el clima, en la atmósfera y en nuestra propia salud y seguridad).
- Disminuye el suelo (el desierto avanza) y la biodiversidad.
- Disminuye la financiación (la dependencia del crédito ha consumido la riqueza que esperábamos generar en las próximas décadas).
- Disminuye la calidad de vida (la incesante competencia genera inestabilidad, discontinuidad, pérdida del sentido de pertenencia, stress, pérdida de agencia, insatisfacción crónica…).
  • Más incidencia que el crecimiento tienen las ‘políticas de crecimiento’: desregulación, deslocalización, endeudamiento, calentamiento económico, formación permanente… que socavan los supuestos aspectos positivos del crecimiento y expanden un modelo de bienestar que no es sostenible ni universalizable).
- Disminuye la igualdad (el crecimiento genera desigualdad, desestructura la sociedad* y dispara las expectativas, que demandan más crecimiento. La pobreza se trasforma en miseria, que sólo resulta tolerable si se tiene la expectativa de escapar de ella alcanzando un nivel de vida –es decir, de consumo- que no puede estar al alcance de todo el mundo).
  • Si el continente que se haya a escasos 50 km. de las cosas de Fuerteventura alcanzara el nivel de consumo per capita de Canarias (no digamos ya de EEUU) el impacto ambiental sería insostenible (incluso si nuestra economía pudiera permanecer estable). La desigualdad lacerante no puede solventarse sólo mediante ayudas al crecimiento, el diferencial sólo puede reducirse mediante el decrecimiento simultáneo de las zonas más desarrolladas.

* la fractura social: en 1970, la quinta parte más rica del planeta era 30 veces más rica que la quinta parte más pobre; en 2004 era 74 veces más rica. En 1960, el 20% de la población acaparaba el 70 % de los ingresos; en 1990, acaparaba el 83% de los ingresos. En ese mismo espacio de tiempo, el 20% más pobre pasaba del 2,3 al 1,4% de los ingresos. Las vacas del mundo desarrollado comen un 25% más que los habitantes de África y reciben 2 € diarios de subvenciones, una renta superior a la de 2.700 millones de seres humanos. En EEUU, el 0,5% de la población gana tanto dinero como el 51% peor remunerado.


La inversión del modelo del crecimiento incesante no es una opción, es una obligación a medio plazo. Las opciones se reducen a anticipar lo inevitable o dejar que sea la propia dinámica la que se autorregule mediante situaciones imprevistas (posiblemente eso fuera lo más ‘ecológico’ o, al menos, lo mas 'darwiniano'). El ‘catastrofismo’ es sólo el pasado de un destino inevitable que puede tener efectos sobre el presente.

19.10.08


Necesitamos horizontes. El desarrollo no puede medirse por el PIB, no sólo porque este indicador no se fija objetivos (el progreso se valoraría tautológicamente no en función del destino sino del mismo movimiento que genera) sino porque es absolutamente indiscriminado (computa como riqueza cualquier actividad que genere gasto, desde un accidente de tráfico hasta un vertido incontrolado de petróleo en las costas). Y ahí es dónde la crisis de la sociedad del bienestar adquiere su verdadera dimensión. Como decía Ortega, en lo tocante a la supervivencia humana lo lujoso es lo verdaderamente necesario. Pero no podemos tener una visión unidimensional del lujo. Como afirma Jorge Riechmann, ‘nos hacemos humanos rebasando el nivel de las necesidades básicas hacia lo lujoso, de acuerdo: pero hay que reparar en que tan lujoso –o más— resulta gozar de la ceremonia japonesa del té como desplazarse en un automóvil de lujo de tres toneladas de peso’. A este respecto sería importante preguntarse si el arte puede seguir permitiéndose el lujo de la zafiedad y sus instituciones alentando actitudes de ‘nuevo rico’. Posiblemente el arte deba alentar nuestra disposición al snobismo (una poderosa arma de transformación social), pero alterando la economía de la consideración. Por citar de nuevo a Riechmann, ‘el día / que los hoteles de lujo ofrezcan agua en botijo / en vez de embotellada en minibar / estaremos de verdad aproximándonos / a la sociedad ecológica. ¿Nos proporciona el arte imágenes de la vida buena?

18.10.08



Cuando el dogma del crecimiento se tambalea recurrimos a la providencial tecnología: como la necesidad aviva el ingenio, será el coqueteo con la catástrofe el que termine procurándonos fuentes de energía limpia renovable, sistemas para reciclar la totalidad de los residuos, máquinas no contaminantes… pero incluso la eco.eficiencia resulta peligrosa. La reducción de costes favorece la reinversión en actividades que exigen consumo de nuevos recursos, los motores eficientes fomentan el transporte, que exige infraestructuras, que consumen territorio y facilitan el comercio, que contamina y destruye las economías locales… No se trata de mejorar la seguridad de las centrales nucleares, sino de apagar la luz. No hay que inventar productos contra el colesterol, hay que dejar de comer carne roja y montar en bici. No basta con ser eco.eficientes en la producción hay que serlo en el consumo y en las formas de vida. Como nos advirtieron las feministas, hemos sido educados en una historia de fechas: la revolución de octubre, el descubrimiento de la bombilla, el desembarco de Normandía… cosas de hombres. Pero, en realidad, los hechos que de verdad modificarón nuestras vidas fueron la extensión de los contraceptivos y la revolución sexual, el acceso de la mujer al mercado de trabajo, la alteración del concepto de familia, la secularización de la vida… actuaciones espacialmente dispersas y temporalmente dilatadas a menudo protagonizados por mujeres. El arte en general y el arte del paisaje en particular también se ha obsesionado por la acción épica en el campo de batalla. Paradójicamente, mientras todas las disciplinas encontraban en el concepto del paisaje una herramienta para interpretar el territorio en términos holísticos y dispensarle un valor al margen de su precio, el arte se obsesionaba por la intervención ‘in situ’. Mientras todo el aparato económico se interesaba por el poder de la imagen y la representación, el arte se hacía activista. Incluso si seguimos convencidos de que nuestra labor no es interpretar el mundo sino cambiarlo (en un escenario marcado por el incesante cambio carente de sentido) debemos pensar que el cambio vendrá de la mano de pequeñas actuaciones micropolíticas (como acudir en bicicleta a escuchar un recital dejando a nuestros hijos cenando productos biológicos al cuidado de un cuentacuentos) vinculadas a un nuevo imaginario social.

17.10.08




No va a ser fácil. De momento, bastaría con resoplar entre tanto soplido. Hoy por hoy el crecimiento es más que un dogma económico, es la dinámica ‘natural’ de las sociedades humanas, casi un ‘a priori’ de la conciencia. De momento, bastaría con que se convirtiera en una herramienta cuya eficacia se halla en entredicho. El standstill (paralización), un concepto que evoca reminiscencias pictóricas, tiene aún una evidente dimensión utópica, pero las metas lejanas no sólo favorecen la orientación sino que ejercitan la visión a largo plazo, tan necesaria en esta civilización miope que se desorienta en cuanto piensa más allá del presente. Sin duda, todo el paisajismo romántico está imbuido de una nostalgia confesional que trata desesperadamente de encontrar dimensiones trascendentes en un mundo cada vez más inmanente, de sobrepujar los límites de nuestra conciencia mediante la visión sublime de todo aquello que escapa a lo que podemos representarnos. Pero ¿no es en el fondo nuestra ironía –que siempre se asoma al abismo del cinismo- una estratagema para ser románticos descreídos, no es la ironía una figura del lenguaje que permite afirmar lo que se está negando y así, decir lo que decir no se puede?

16.10.08



Hace pocos días, un reputado periodista, al conocer que participaríamos en la bienal nos preguntaba: ‘¿serán críticos, no?’. El primer día del taller un avezado alumno nos recomendó: ‘habrá que hacer lo que no se espere de nosotros’. Por supuesto, esto es una bienal, seremos críticos e improcedentes. Como siempre, como se espera de nosotros. La edición anterior repartió sus croquetas inaugurales frente a una obra monumental(mente cursí) que trataba de sacudir la conciencia occidental ante el drama de la emigración. Otro artista ordenó desplegar una gigantesca pancarta que rezaba ‘no tourist’ mientras declinaba visitar el resto de las sedes de la bienal –y, en consecuencia, cambiar impresiones con los nativos- para marcharse con su mujer y su hijo a conocer Lanzarote, una isla de la que le habían contado maravillas. Otro llenaba los displays de las marquesinas de las guaguas con unos carteles que parodiaban una campaña publicitaria institucional contra el despilfarro de recursos volviéndola contra la construcción del puerto de Granadilla y la escultura de Chillida en Tindaya… Habrá que ser críticos. Contra aquellos cuya codicia deteriora el paisaje, contra los que, ostentando la representación del interés colectivo estuvieron en connivencia con los primeros, contra el sistema que permite todo esto y contra sus manifestaciones culturales, contra nosotros mismos, que participamos en ellas... Pero si queremos ser realmente críticos, tendremos que ser críticos además con la propia dinámica crítica. Pretender estar en misa y replicando resulta cínico, pero es que, además, no es ese el problema. La sociedad de consumo es terriblemente seductora. Habrá que poner en evidencia las consecuencias del modelo, pero no bastará con denunciar una situación que ya nadie ignora. Habrá que generar perspectivas optimistas: no se puede vender decrecimiento sino las posibilidades que se abren para el desarrollo humano cuando adoptamos un modelo de vida más igualitario, cooperativo y responsable.

15.10.08

Cuando, hace dos siglos, la burguesía impuso su credo basado en el ahorro, la abnegación, la autorepresión, el orden y la racionalidad, el arte se propuso ‘epatarla’ apostando por el principio de placer, el deseo, la inconsciencia, la libertad y la informalidad. La burguesía ha modificado radicalmente su programa mientras que el arte sólo parece haber adaptado el suyo a las exigencias de la sociedad del espectáculo. El arte se ha especializado en desconstruir modelos, pero tiene serías dificultades para construirlos. Durante siglos se ha declarado radicalmente progresista. Del mismo modo que Marx analizó en profundidad el capitalismo pero apenas nos dijo nada de la sociedad sin clases, el arte se contó con desprenderse del lastre del pasado desde la convicción de que ello aceleraría el avance hacia un futuro indefinido que, sin duda, sería de plenitud. Por otra parte, como sigue ‘epatando’ retóricamente a un burgués pacato y puritano que hace tiempo que ya no existe, no puede concebir siquiera un programa propositivo basado en una austeridad. Demasiado pequeño burgués. El arte es un producto de lujo para la clase media alta, curiosamente la que mayor capacidad tiene para convertir su modo de vida en un modelo social de comportamiento. Pero sigue pensando que el sujeto histórico –llamado a trasformar el mundo- es el proletariado o sus reediciones: la multitud, el subalterno… Por otra parte, continúa plenamente comprometido con la novedad, la obsolescencia programada, el progreso, la transterritorialidad, la hibridación, la flexibilidad, la indisciplina, la tecnología, la información, el efecto… conceptos aparentemente críticos pero perfectamente coherentes con la hegemonía postindustrial. Las bienales son paradigmáticas en su culto a la movilidad global de productos espectaculares que alteran las ‘economías de cercanías’, son máquinas promocionales que alientan un arte de alta competición que consume los recursos del deporte de base.

14.10.08



La izquierda también confiaba en el potencial revolucionario de las aspiraciones del proletariado a un nivel de vida que le era negado. El propio Marx concebía al ser humano como un homo faber que se realizaba en el trabajo y la producción. No va a bastar con educar, un término, por otra parte, sospechoso para una generación acostumbrada a una pedagogía indolora que considera inalienable el derecho de desear lo que nos venga en gana. Habrá que seducir. No bastará con plantear antitesis, habrá que cambiar radicalmente de tema de conversación: habrá que hablar de calidad de vida y no de progreso, de renta disponible y no de trabajo, de bienestar y no de economía, de objetivos humanos y no de cifras, de satisfacción y no de rentabilidad. En fin, habrá que hablar de fines y no de medios. Y habrá que hacerlo en plena sociedad del espectáculo, en la que los medios se identifican con los fines. En plena sociedad de la imagen, en la que el discurso más sofisticado dispone de 59 segundos para convencernos. Pero, por convencidos que estemos, no comenzaremos a comportarnos de manera diferente hasta que se nos pueda reconocer por hacerlo. Todos queremos que nos quieran, nadie cambiará el BMW por la bicicleta hasta que se ligue más en bicicleta que en un BMW ¿Podría la proverbial capacidad sintética del arte coadyuvar en esta tarea?, ¿podría promover un paisaje en el que determinadas figuras resultaran reconocibles?

13.10.08



Hay que educar. No va a ser fácil. ‘Decrecimiento’ no sólo es un concepto contracorriente, es también negativo y trae constantemente a la memoria a su imagen especular positiva, mucho más sugerente. Adam Smith no sólo nos convenció de que el crecimiento era la fuente de toda riqueza, además, sentenció -y quizá esto sea lo más importante- que el estado estacionario era aburrido, más aún que la pobreza. Seguramente ni encontró palabras para tildar el decrecimiento. Sin duda, ‘estancamiento’ suena mucho menos sexy que ‘crecimiento’. El ‘estado estacionario de equilibrio dinámico’ de Herman Daly suena mejor, pero no deja de evocar tensiones poco tranquilizadoras.

Hace tiempo que disponemos de recursos suficientes como para que la re.producción deje de ser un problema, para que la economía ceda su protagonismo a otras cuestiones, lejos de la estresante vida de los objetivos comerciales. Hace tiempo que podíamos haber alcanzado la autonomía que caracterizaba al hombre público de la democracia griega, que podía dedicarse a los asuntos de la polis (en especial a sus relaciones con la naturaleza) por tener cubiertas sus necesidades esenciales. Con la ventaja de que estas no tendrían por qué hacerse recaer ahora en esclavos y mujeres, sino en una altísima productividad -que apenas debería demandarnos unas pocas horas de trabajo al día- y en un sistema de subcontratación recíproca de servicios asistenciales que redistribuyeran la renta. El resto del tiempo debería ser libre, libre también del ocio, esa industria que revierte el tiempo que libera la productividad a la maquinaria del consumo y demanda, en consecuencia, unos recursos que exigen más trabajo.

11.10.08




Hay que decrecer. Hay que dejar de producir y dejar de consumir (cosas). Pero no sabemos cómo hacerlo. Individualmente, todos sospechamos que si dejamos de producir perderemos el trabajo (y si dejamos de gastar, curiosamente, perderemos los ahorros), si nuestra empresa deja de producir perderá su posición en el mercado, si nuestro país deja de producir perderá competitividad. Nadie va a ‘decrecer’ por iniciativa propia, incluso si está internamente convencido de que debe hacerlo. La solución sería una dictadura planetaria, pero en plena crisis de la clase media y de las identidades nacionales sólo nos faltaba alentar el fantasma del mesianismo, populista o fascista. Mejor seguir soplando. Cabría confiar en la autoimposición colectiva y consensuada de limitaciones (seguramente nadie pagaría impuestos voluntariamente si no nos obligáramos institucionalmente a hacerlo), pero, hoy por hoy, ese ejercicio de ciudadanía se vería limitado al estado nación, una escala demasiado pequeña para un problema global. Los políticos lo saben. Ninguno va a incluir el sacrificio en su programa a cambio de una improbable solidaridad universal y un hipotético beneficio con una fecha de vencimiento muy posterior a la finalización de su mandato. Los políticos ya no piensan en pasar a la historia como estadistas, prefieren promover la construcción de un edificio pasado de escala. Siguen soplando. Por otra parte, no tienen ni idea de dónde queda París. Sus asesores son economistas neoclásicos (el 90% de los miembros de la comisión europea), es decir, especialistas en crecimiento persuadidos de que este es ilimitado, sostenible y deseable. El decrecimiento queda fuera de su universo conceptual. Además, la ciudadanía tampoco les va a reclamar más estrecheces. Educados como consumidores en el despilfarro, convencidos de que el abastecimiento es un derecho y el deseo casi un acto patriótico de responsabilidad con el PIB, no van a sumarse gozosos a la masa crítica contra el progreso, al menos hasta que vean un iceberg varado en sus playas. Al fin y al cabo, lo que de momento llegan a la costa son pateras provenientes de países ‘sub.desarrollados’.

10.10.08


Sigamos soplando. Es evidente que el paradigma del crecimiento basado en el tandem producción / consumo es insostenible, pero lo cierto es que no manejamos alternativas. También resumía magistralmente El Roto nuestra inquietante esperanza: ‘a ver si vuelve la cordura a los mercados y podemos seguir con la locura’. Es cierto, si, viajando de Madrid a París, nos topamos con una salida a Sevilla, no bastará con disminuir la velocidad. El problema es que, por desgracia, no tenemos ni idea de cómo se va a París. Bien, sigamos soplando, pero mientras vuelven los suministros para seguir con la locura pensemos en cómo salir de ella. No basta aminorar la velocidad, ni mucho menos tratar de hacerla sostenible. Hay que retroceder. Un ciudadano de los EE.UU. consume mil veces más y emite mil veces más CO2 que un etiope. O sancionamos esta injusticia o asumimos que la justicia social está reñida con el derecho al progreso ilimitado en un planeta limitado. El viejo slogan capitalista que culpaba al socialismo de repartir la miseria mientras él abogaba por ‘el sueño americano’ de la igualdad por arriba, ya es invendible. Pero ha sido el propio capitalismo el que nos ha enseñado que la pobreza sólo es asumible mientras se mantiene la esperanza de cambiar la situación. Y la pobreza en el capitalismo siempre es relativa. Sólo hay una forma de que todos tengamos derecho a consumir lo mismo que el norteamericano más consumista: que el norteamericano más consumista consuma cien veces menos de lo que consume en la actualidad.

Hay que decrecer. Hay que dejar de producir y dejar de consumir (cosas). Pero no sabemos cómo hacerlo. Individualmente, todos sospechamos que si dejamos de producir perderemos el trabajo (y si dejamos de gastar, curiosamente, perderemos los ahorros), si nuestra empresa deja de producir perderá su posición en el mercado, si nuestro país deja de producir perderá competitividad. Nadie va a ‘decrecer’ por iniciativa propia, incluso si está internamente convencido de que debe hacerlo. La solución sería una dictadura planetaria, pero en plena crisis de la clase media y de las identidades nacionales sólo nos faltaba alentar el fantasma del mesianismo, populista o fascista. Mejor seguir soplando. Cabría confiar en la autoimposición colectiva y consensuada de limitaciones (seguramente nadie pagaría impuestos voluntariamente si no nos obligáramos institucionalmente a hacerlo), pero, hoy por hoy, ese ejercicio de ciudadanía se vería limitado al estado nación, una escala demasiado pequeña para un problema global. Los políticos lo saben. Ninguno va a incluir el sacrificio en su programa a cambio de una improbable solidaridad universal y un hipotético beneficio con una fecha de vencimiento muy posterior a la finalización de su mandato. Los políticos ya no piensan en pasar a la historia como estadistas, prefieren promover la construcción de un edificio pasado de escala. Siguen soplando. Por otra parte, no tienen ni idea de dónde queda París. Sus asesores son economistas neoclásicos (el 90% de los miembros de la comisión europea), es decir, especialistas en crecimiento persuadidos de que este es ilimitado, sostenible y deseable. El decrecimiento queda fuera de su universo conceptual. Además, la ciudadanía tampoco les va a reclamar más estrecheces. Educados como consumidores en el despilfarro, convencidos de que el abastecimiento es un derecho y el deseo casi un acto patriótico de responsabilidad con el PIB, no van a sumarse gozosos a la masa crítica contra el progreso, al menos hasta que vean un iceberg varado en sus playas. Al fin y al cabo, lo que de momento llegan a la costa son pateras provenientes de países ‘sub.desarrollados’.

9.10.08


Estamos en crisis. Estallan las sucesivas burbujas (inmobiliarias, financieras, bursátiles…), pero nadie parece preocupado por la fuente de calor que las generó. Como decía El Roto hace pocas fechas: ‘el tinglado se desinfla, sigan soplando’. Los mandatarios de todos los países y todas las instituciones se coordinan para devolver la confianza en unos bancos que han perdido la confianza en sí mismos, básicamente, porque todos sospechan que llevan años ‘falsificando dinero’.

Sin duda, tanta ‘creatividad financiera’ es fruto de la codicia. Pero no sólo. Hace pocos días Zizek escribía: ‘para decirlo en viejos términos marxistas, la principal tarea de la ideología dominante en la crisis actual es imponer una versión que no responsabilice del colapso al sistema capitalista globalizado como tal, sino a sus distorsiones secundarias accidentales (normas legales demasiado relajadas, corrupción de las grandes instituciones financieras, etcétera)’. No nos engañemos, la crisis no es coyuntural, ni tan siquiera estructural, es sistémica. El capitalismo depende del crecimiento, alcanzados con la globalización los límites exteriores de la capacidad de expansión del sistema sólo quedaba la posibilidad de crecer hacia dentro estirando la capacidad de consumo. ¿Cómo? Haciendo más dinero y el desestimando el ahorro. No son sólo las familias (que, paradójicamente, decidieron ahorrar gastando el dinero que no tenían en un piso inflacionado) las que están hipotecadas a cuarenta años, es la economía entera la que se ha gastado las rentas que debía producir en las próximas décadas. Y, por si fuera poco, nos tenemos que quitar de encima ‘lo bailao’: los gases de efecto invernadero, los bonos tóxicos, las infraestructuras pensadas para un comercio insostenible, la inflación, las necesidades creadas y los hábitos de consumo…

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